Soy Sara y tengo 23 años, por primera vez votaré para, en teoría, elegir a la persona que durante 6 años estará al frente del país en el que vivo. No estoy emocionada, el sentimiento que ahora tengo es más de temor por lo que pueda pasar a partir del próximo lunes.

Hace algunos años imaginaba este momento como algo diferente, pero han cambiado muchas situaciones y la realidad es otra. Estudié periodismo pero no soy periodista. Comparto conocimientos al frente de un grupo de alumnos pero no soy profesora. Siempre he dicho que no me gusta la política pero a diario estoy pendiente de eso. Hace tiempo que dejé de creer en los políticos y tengo razones propias para que así sea. Pero quiero votar y viajaré para poder hacerlo.

A diferencia de muchos habitantes en México, no estoy asqueada ni cansada de las campañas políticas porque vivo en un lugar en el que veo televisión menos de una hora por semana y he podido darme el lujo de limitar mi información a lo que busco por decisión propia en internet. Eso ha hecho distinta mi percepción de la situación, me permite pensar antes de querer bloquear el tema. Pero no estoy totalmente lejos de las campañas. Los candidatos municipales, como en cientos de comunidades en México, han llegado con música, regalos y birria para convencer a la gente. Aquí hay que agregar a las ya conocidas situaciones, el discurso nulo en cuanto a indígenas en un contexto indígena. Falsa igualdad, derechos a conveniencia; beneficios condicionados. Discursos de hace 100 años con un futuro ya conocido.

Voy a votar, pero no puedo decir que esté conforme por las personas por quienes lo haré. Lo hago porque quiero formar parte de esto, pero sé que nadie es mejor ciudadano por hacerlo o no. Porque no vivimos en una democracia, y me desespera ser parte del circo de gobierno en el que los ciudadanos nos acostumbramos a ser simples espectadores.

Me gustaría que así fuera, pero no creo que estemos viviendo la primavera mexicana, nos hace falta mucho de lo que llevamos dentro para lograrlo. Hace falta mucho trabajo como ciudadanos, pero me alegra su iniciativa y su lucha; han marcado ya una diferencia en nuestra apatía nacional. Estoy convencida de que el país (al igual que Jalisco, Guadalajara, etc.) no va a cambiar únicamente con amor, se necesita trabajo, inteligencia y muchísima honestidad. Sé que “el cambio verdadero” no lo logrará una persona en 6 años. Eso es imposible. No confío en el IFE ni en los partidos políticos.

Después de todo esto, usted podría pensar que estoy jodida entonces. Afortunadamente (y quizá con eso estoy más jodida) todavía creo en la gente. Conozco muchos mexicanos ejemplares, comprometidos con lo que son y lo que quieren, y a otros tantos soñadores que no se cansan en imaginar y trabajar todos los días desde lo individual para conseguirlo en lo colectivo. Además de muchos otros que sólo les hace falta una motivación para hacerlo.

Sé que el votar no es sinónimo de elegir, puede que mi voto sea de aquellos que “se pierdan” o cualquier otra justificación ridícula, ojalá que no. Me motiva saber que somos muchos los jóvenes que no nos hemos dejado convencer por las palabras bonitas (y absurdas) de un candidato; tenemos memoria, aunque no viviéramos hace 50 años y no nos importaran las elecciones hace 12 años. Tampoco les creemos a quienes aseguran ser opciones distintas pero que están rodeados de los mismos de siempre. Sabemos leer, razonar, cuestionar con fundamentos, pensar y decidir de manera responsable.

Confío en aquellos que no “trabajan” con algún candidato “para ver qué sacan” aunque aseguren que en el fondo no los apoyan. Más patético todavía. Creo en todos los que aunque no lo digan, hacen la diferencia en las nuevas generaciones. Todavía confío en los miles de cerebros cansados de una realidad que no merecen, de justificaciones y pretextos para cada problema; creo en su capacidad de decisión y en sus ganas de un futuro y un presente mejor. Confío en que nos demos cuenta que podemos darle el beneficio de la duda a una persona, pero que sabemos que al país lo vamos a salvar cada uno de nosotros si así lo queremos. No el gobierno, no el partido ni el candidato.

Quiero pedir una disculpa a todos aquellos que consideran absurdo darle seguimiento al tema del futbol, también a quienes les es indiferente el tema, pero les molesta que se intente relacionar con otras cuestiones. Muchas veces he creído, y hoy lo ratifico, que el futbol en México es la representación a escala, si se quiere burda, de muchas de las situaciones que socialmente ocurren en el país.

Hace seis años la situación no era muy distinta, palabras más, palabras menos, los defensores del balompié en México consideraban el campeonato obtenido por la Selección Sub 17 como una motivación, un ejemplo de aquello que se puede alcanzar con el trabajo en equipo, con planeación y apoyo, etc. Los detractores de esta práctica, pedían que la atención se enfocara en hechos más importantes y menos banales que un grupo de jóvenes ganando un torneo en Perú.

Hoy pasa lo mismo, la cifra de muertos en el país aumenta cada vez más, mientras el Presidente de México se da el lujo de tomarse unas horas “libres” para ir a apoyar al equipo mexicano; así, como si no tuviera algo más importante qué hacer, como si él hubiera contribuido a el logro de los chavos. No hay razón para criticar a aquellos que están felices porque “su” selección triunfe en el futbol, porque conociendo el historial de ese deporte en México, es una oportunidad para festejar y cada quien es libre de invertir su energía en lo que desee, pero sí me desesperan aquellos que se refugian en ese hecho para despreocuparse por los problemas que día con día nos afectan a todos. Esos problemas no se fueron cuando el balón entró en la portería.

El futbol es (cuando se juega bien, con calidad, entrega, objetivos y resultados) un distractor, un escape, un espacio para olvidar por un momento la rutina diaria, pero no creo suficiente conformarse con las alegrías que se logran en la cancha. Lo que sí creo es que, a su manera, cada quien puede interpretar y utilizar este tipo de motivaciones para hacer algo más. Si a usted no le interesa en lo más mínimo un grupo de personas correr tras un balón, piense algo: ellos son jóvenes de 17 años y, según el Censo de Población y Vivienda de 2010, el 10 por ciento de la población en México está entre los 15 y 19 años.

¿En qué se parecen estos jóvenes? Además de la edad, ellos nacieron en la década de los 90, (con todo el peso que esto representa) están viviendo el mismo presente, la diferencia es que tienen contextos de vida totalmente distintos. Los campeones, al ser parte del deporte más apoyado y menos ganador del país, la mayoría de las veces (no siempre) tienen una plataforma de crecimiento y oportunidades que muchos otros desearían. Los demás que rondan los 17 años, se encuentran en otras circunstancias, algunos viven bajo el resguardo de sus padres, otros tienen la oportunidad de estudiar, muchos trabajan para poder hacerlo; otros muchos ya mantienen una familia, una gran cantidad está en Estados Unidos, buscando un sueño que no entienden pero en el que se ha centrado su mundo. Un gran número de 17´s no se dedica a nada, y otros tantos ven pasar el mundo del narcotráfico como un ejemplo a seguir, hasta que se involucran y descubren realidades que nadie les dijo, que encontraron con balas. También están aquellos que estuvieron “en el lugar equivocado, en el momento equivocado” y perdieron la vida sin haberla conocido todavía. Todos tienen nombre, sueños y derecho a una vida digna.

Cuando dejé los 17 años, me convencí de que era una edad decisiva. A los 17 nos ronda la idea de querer ser algo más que los típicos adolescentes incomprendidos, es estar cerca de la mayoría de edad, pero todavía no ser un adulto como los otros, saber que puedes hacer algo distinto. A esa edad comenzamos a pensar que es urgente crecer, pero no ser como aquellos adultos a quienes juzgamos, y es donde muchos decidimos finalmente saber hacía dónde apuntará nuestra vida. A partir de ahí las cosas van a cambiar, sí, pero la semilla de la no inutilidad puede quedar bien sembrada desde entonces.

¿De qué depende que así sea? De muchos factores, de los que nos rodean, del contexto de vida que durante los años tuvimos, la educación, las costumbres, etc. Pero definitivamente hay uno muy importante: ser lo suficientemente inteligentes para no repetir los errores que nos han marcado nuestras generaciones pasadas. En el futbol, un equipo no puede ganar si no se es consciente de la responsabilidad que cada uno tiene como parte de un conjunto, cada integrante debe asumir el trabajo que le corresponde para que pueda funcionar, el talento ya se tiene, pero es necesario explotarlo de forma adecuada pensando entre todos; dejar el individualismo y tener confianza en sí mismo y en el equipo, entregarse en cada partido, caerse, sangrar y volverse a levantar por el bien de todos, no por sobresalir ante el resto.

La vida diaria de un país es igual, pero a gran escala y en sentido serio, cada jugador es una institución, un gobierno, un ciudadano. También hace falta un capitán, un guía y un director, que no trabaje en beneficio propio, que sepa dirigir al resto sin convertirse en un padre que deba resolver los problemas de todos; que se aprovechen las oportunidades claras para definir, pero que no haya oportunistas. Todos los días son un entrenamiento, un partido y una final; siempre hay que seguir trabajando para crecer, pero ante todo, se debe apoyar a los jóvenes, no resolverles la vida, sino entregarles los recursos para que ellos mismos puedan hacerlo.

Tal vez no fuera el momento adecuado, pero me habría gustado que uno de los integrantes del equipo, al momento de saludar a Felipe Calderón, le dijeran algo más. Probablemente de manera ilusa, pero me gustaría creer que no son chicos a quienes sólo les importa el reconocimiento a nivel deportivo y dejar en alto el nombre de su país en futbol, sino que también se preocupan por los problemas que aquí se viven.

Puede que exagere, pero le invito a que no vea en los festejos por la Sub 17 un problema, una molestia o la única motivación de sus días venideros, mejor piense que esta situación se puede llevar a la realidad en muchos aspectos, y que le guste o no, el futbol sigue siendo el deporte más seguido en el país. En esos jóvenes se puede reflejar que el país tiene la capacidad de trabajar en equipo, que existe el talento, las ganas y la disposición de cambiar circunstancias a las que estábamos acostumbrados (perder en el futbol, por ejemplo), porque hay jóvenes inteligentes, en muchos aspectos, que están buscando hacer algo más de lo que usted cree que pueden hacer. Y si está feliz, si cree que le renació el orgullo y el nacionalismo (no entraré en definiciones correctas o incorrectas), dese la oportunidad de no ver las victorias ajenas, póngase en práctica, que la política, la educación, los derechos humanos, la cultura, la igualdad y las oportunidades en México, están buscando jugadores que como usted, tengan ganas de ser campeones pronto.


No es que aquí no pase nada, sino que los contextos son totalmente opuestos.

Hace unas semanas le dije a alguien: ¡No compres un llavero de “Huichi”, no seas parte de esa mercadotecnia!, y esa persona me contestó: “¿En verdad crees que a los huicholes les molesta lo de la mascota de los panamericanos? Me respondí a mí misma que difícilmente podría importarte algo de lo que no estás enterado. Acá en la Sierra, en donde viven los wixaritari, son muy pocas las personas que saben que en Guadalajara están viviendo una “fiesta panamericana”.

Yo estaba segura de que les importaba mucho, pero no quería conservar la duda y me di a la tarea de descargar y leer para mis alumnos wixaritari de bachillerato, tres notas http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2011/09/110921_huichi_juegos_panamericanos_an.shtml http://www.lajornadajalisco.com.mx/2011/09/09/index.php?section=cultura&article=010n1cul http://impreso.milenio.com/node/9021098

en donde se mencionaba la indignación del pueblo wixárika ante la mascota “Huichi”, una venada que según la explicación dada por los organizadores de los Juegos Panamericanos http://mascotas.guadalajara2011.org.mx/huichi , representa a la cultura wixárika. Traté de dejarles claro qué son unos juegos panamericanos, los beneficios que de haberse realizado correctamente, podrían haber dejado para la ciudad, el estado e incluso el país, y los problemas que existían en torno a eso.

El gobernador de Jalisco ha mencionado en sus discursos, que “huichi” es la representación de la parte cultural del evento, y también una forma de resaltar al principal grupo indígena que existe en el estado. Hasta ahí, todo se escucharía muy bien, el problema surge cuando uno levanta la colorida tela bajo el discurso oficial, y encuentra la cantidad de incongruencias que existen respecto al tema. ¿Cuál es la relación que el gobernador tiene con los wixaritari? ¿No son acaso el mismo grupo de personas que están luchando en instancias internacionales para exigir al gobierno mexicano no permita que una mina canadiense destruya uno de sus sitios sagrados
http://venadomestizo.blogspot.com/ ?

¿La mascota “huichi” defiende eso? Algunos me dirán que se trata de un evento deportivo y que no habría por qué mezclar los temas; seguro serían las mismas personas que felizmente han comprado uno de los muchos artículos conmemorativos que se venden con la imagen de la venada.

¿Qué gana los wixaritari con eso? Absolutamente nada. Si realmente se hubiera trabajado para construir un plan de difusión, con su opinión y consideración, quizá podríamos hablar de un escenario totalmente diferente. Me quedo con la frase que ha circulado últimamente en internet: ¿qué pasaría si se hubiera utilizado la imagen de la virgen de Zapopan como mascota? ¿No es también un símbolo para muchos jaliscienses? ¿No es también una imagen sagrada? Ah claro, ¿cómo se me ocurre algo así? Estamos hablando de un estado en el que la iglesia manda más que el gobierno, a su manera y conveniencia.

Las respuestas que los alumnos me dieron fueron muy variadas: algunos consideraron como una falta de respeto, el hecho de utilizar con fines comerciales, una imagen que en su creencia representa un símbolo sagrado; otros, se mostraron enojados porque aseguraban que podían haberla usado, pero con un permiso previo y si a cambio se hubieran conseguido cosas para ellos (poner atención en el caso de la mina en Wirikuta, algún apoyo económico o la difusión de las artesanías que realizan); algunos más me decían que les parecía emocionante que deportistas y gente de otros países pudiera conocerlos, pero que la verdad ninguno de ellos iba a asistir a las competencias, que deberían hacerlos invitados. Escuché todos sus comentarios y traté de aclarar sus dudas, dejé que ellos me dijeran lo que se les ocurría, que pensaran, que se cuestionaran y reflexionaran qué creían de eso. Pero lo hice una vez que se los había explicado, no saqué conclusiones antes, ni de por hecho que no les molestaría; como sí lo hicieron los que votaron, diseñaron y decidieron que “huichi” sería una mascota.

Este es un tema que en lo personal que me ha dado mucho en qué pensar, conozco a personas inteligentes que defienden los Panamericanos y a otros que los critican, en ambos lados con fundamentos, experiencias y explicaciones. Yo tengo mi opinión propia, pero esta vez quería saber qué opinaban los jóvenes herederos de esa cultura en la que el venado es sagrado. La respuesta que más me impactó y quizá aquella que me hizo pensar más fue la de Santos: “¿Pero por qué tendrían que pedirnos permiso a nosotros para usar el venado? Si no es nuestro, creemos que es sagrado, pero no es de nosotros”.

Me quedé pensando en ese sentido de propiedad bajo el que nos movemos diariamente. Aquello en lo que creemos es nuestro, vamos todos los días señalando lo que nos pertenece: “mi amigo, mi religión, mi familia, mi país, mis cosas”. En lo que él me respondió, encontré un grado de libertad enorme, que muchos desearían tener por lo menos un poco. Quizá su contexto de vida todavía no le permita entender situaciones como esta, la lucha de intereses, la justicia, la igualdad, el respeto; y creo que gran parte de esta interpretación se debe a que a su alrededor las cosas todavía no se manejan así, como lucha por sobrevivir. Él tiene muchas cosas por qué preocuparse antes de pensar en uno juegos panamericanos, esos que no sabía ni en qué consistían. Yo les preguntaba ¿qué ganaban? Y el me hizo ver que no buscaban ganar algo de un tema que desconocen y que les resulta lejano.

Hay muchas personas que ignorarán todo lo que hay detrás y se quedarán con la imagen de que en Jalisco hay una relación estrecha y positiva con los indígenas wixárika, porque así lo dice el gobernador, y porque hay una venadita rosa como mascota. Algunos podrían decir que si no lo saben, entonces no les molesta. Así se alimenta la cadena de desinformación y búsqueda de ventajas a partir de eso.


Ver esa imagen de “Huichi” en una lata de pepsi que llega hasta la sierra, a muchos les resulta totalmente indiferente.

“Basta de violencia”, “Ni un muerto más”, “No más sangre”, “Estamos hasta la madre”


La pluralidad de las frases va de la mano de la situaciones que cada persona ha vivido en relación con la delincuencia, “la guerra contra el narco”, el crimen organizado o el nombre que usted quiera darle pero que en conjunto, tienen al país en la situación que hoy está.

La marcha nacional que hoy tuvo como una de sus motivaciones (entre muchas otras) el asesinato del hijo del escritor y poeta Javier Sicilia, convocó este día a miles en distintas ciudades del país. ¿Coincidencia? No, realidades que unen a la gente con un mismo objetivo: conseguir paz en el país, más allá de las connotaciones acostumbradas a la palabra.

Entonces surge mi pregunta: ¿Qué sigue? Se logró demostrar que somos muchos los que ya no soportamos la situación, pero ¿qué más? ¿No es este el momento de proponer y actuar?

Si son 40 mil muertos, menos o más, tristemente nos hemos permitido hablar de ellos como si fueran cifras, cuando en realidad hablamos de personas, con derecho a vivir como cualquier otro.

¿Merecerían mejor morir los delincuentes insensibles que sin problema toman un arma y disparan contra otra persona? Porque recuerde usted que además de un mal gobierno, tenemos malas personas que bajo su pretexto favorito matan sin ningún problema. ¿Deberían ser los sacrificados los políticos inútiles, oportunistas y mentirosos que viven a costa de los ciudadanos a los que hace mucho tiempo dejaron de servir? No. La cosa es que nadie debería morir, porque no hay justificación válida para que alguien pierda la vida, porque nadie merece que le roben la vida.

Aquellos que hoy se encuentran con el poder para destruir un país, también tienen un contexto de vida que los llevó a este punto, y con eso no quiero decir que debe justificarse lo que hacen; muy a pesar de las circunstancias que los convirtieron en los sanguinarios que ahora son, también tuvieron la posibilidad de no seguir con el patrón de vida que tenían, pudieron elegir llevar una vida distinta, pensar menos en ellos y más en los que resultan perjudicados. Y sin embargo no les importa pensar en nada más que en sus beneficios.

Lo anterior resultaría deprimente y habría que resignarse si fueran seres de otro planeta, con capacidades extraordinarias que nadie pudiera derrotar, pero sus fuertes son dos principales elementos: armas y poder. ¿Es eso indestructible? ¿Quién puso a los poderosos en el poder? Los ciudadanos, de alguna u otra manera, a lo largo de los años, lo permitimos.

¿Alguna vez le han robado algo? ¿Algún familiar o conocido ha muerto a causa de la delincuencia y/o “guerra”? ¿Lo han asaltado, estafado, perseguido o intimidado? Esos “daños colaterales” que tan normales le parecen a los altos mandos del país los sentimos todos, de muchas maneras están a diario en nuestras vidas.


Pero sabe qué? El problema no inició cuando se declaró la “guerra”, nuestro problema tiene decenas de años engordando en aparente silencio, y digo en silencio aparente porque el que no nos enteremos de lo que se vive en lugares remotos del país no quiere decir que no están ocurriendo.

Si nos ponemos a rascar al fondo de la situación, llegaríamos a muchas conclusiones que nos dicen que los males actuales vienen desde dentro, en lo personal topo en dos grandes cuestiones: educación y cultura. Así es, esos grandes problemas que nos destruyen generación a generación.

A usted o alguien que conozca: ¿Ha perdido algún puesto o lugar a causa de que alguien “acomodó” a otra persona que no merecía estar ahí? ¿Le han mentido? ¿Se han aprovechado de usted por ignorar algo? ¿Lo han discriminado? ¿Lo han insultado por ser diferente en cualquier sentido? ¿Lo han privado de derechos y oportunidades?

Ahora pregúntese a la inversa, ¿Cuántas veces ha hecho directa o indirectamente alguna de las situaciones anteriores? Muchas, ninguna, nunca, sólo usted lo sabe. Pero sólo usted puede hacer que eso cambie o siga siendo así. Me he topado con desesperantes frases:
“De qué sirve que uno haga algo si los políticos son los mismos”
“¿Uno qué puede hacer si nadie le hace caso?
“¿A poco crees que con que uno cambie va a cambiar el país?
“Esos activistas no sirven de nada”
“El país se va a ir a la chingada le hagan como le hagan”

Y entonces me pregunto ¿De verdad podemos permitir que el país se vaya a la chingada?

Aclaro: esto no es fácil y depende de la actitud que cada quien tome, porque opciones, hay muchas. Tengo 22 años, desde que recuerdo, mi familia y los que me rodean se han quejado de algo, a veces más y a veces menos, pero siempre hay algo de qué quejarse. Siempre hay algo que no está bien y no siempre hay quién busque la solución. Yo tengo la opción de irme a estudiar a otro país, con esa esperanza ciega de que aquí no se puede, de que el reconocimiento me lo dará una famosa institución internacional, quedarme allá con todos los conocimientos que adquiera y “vivir bien”; también puedo regresar y poner en práctica lo aprendido o quedarme y trabajar para aportar algo a mi gente, demostrar que aquí sí se puede.

Tengo la opción de una noche sabrosa en la que además de disfrutar, quede embarazada y traiga al mundo un hijo no planeado, o también puedo cuidarme, informarme y esperar a tener las condiciones para darle a ese niño lo que necesite.

Tengo la opción de decir que vivo en un rancho donde no me entero de lo que pasa alrededor, aunque mis animales se mueran por no tener qué comer y mis hijos no aspiren a nada más que casarse y tener hijos si son niñas, o irse a trabajar al norte si son varones; también puedo justificar que se dediquen a matar a otras personas a cambio de dinero, porque no tuvieron la oportunidad de hacer algo más de su vida. O también puedo, con mis recursos, enseñar lo que sé a mis hijos, educarlos, hacerlos responsables y enseñarlos a trabajar honradamente, contra las dificultades, hacerlos fuertes y apoyarlos para que salgan adelante.


En cada caso hay muchos caminos, variantes, cada quien toma el que decida. Que hay excepciones, sí, por desgracia todavía existe la opresión, y existe también la falta de educación, el desconocimiento, la ausencia de valores y de cultura. Que esto no se acaba de un día a otro, también es cierto, porque se trata de educar a generaciones enteras, y eso no es fácil, pero si no se inicia en algún momento difícilmente podrá cambiar en el futuro.

Si usted sigue creyendo que no está en sus manos la solución, y que no le afecta tanto, sea un poco menos egoísta y más sincero, dese cuenta que le afecta y mucho, porque vive en el mismo país que el muerto de hace unas horas, que el indigente de la avenida, el niño sin padres y el campesino al que le robaron sus tierras, además de todos aquellos que usted ni se imagina pero que la están pasando muy mal; piense que en cualquier momento la vida le puede dar la vuelta y ser usted el que termine de matón por 5 mil pesos.

Y con esto no me limito a una cómoda postura optimista en la que nos tomemos de las manos para cantarle a la vida, creo en que la situación debe cambiar, porque hay miles de personas con capacidad de sobra para lograrlo, que más que hablar, actúan; sí nos debemos tomar de las manos pero en acciones diarias, sería bueno que cada uno asumamos la parte de responsabilidad que como sociedad nos corresponde, porque el problema no se limita a un ámbito, son muchos.

Opciones las hay, soluciones habrá cuando se actúe responsable, informada y justamente, desde lo más básico, desde su casa y su familia, y si cree que eso es cuestión del gobierno y no de los ciudadanos, pues lamento decirle que está perdido y además es incongruente, no puede sentarse a esperar que alguien en quien no cree y no confía, le resuelva su vida. Educar debemos hacerlo todos, empezar por educarnos a nosotros mismos.